Unos dirán que soy curiosa, otros acostumbran llamarle chisme. Pero en realidad creo que entre más busco, más indago, más pregunto, descubro nuevas cosas que, claro me hacen ver todo lo que desconocemos e ignoramos. Por eso sigo de preguntona.
Así de sencillo. Hasta el mínimo acto que realizamos en el día nos deja una experiencia y un conocimiento por pequeño que sea. Todos hacemos cosas, por gusto, por curiosidad, por sentirnos bien, por dejar la monotonía, por acompañar a quien queremos, por cultura, por nosotros. Sí, por sentirse bien uno mismo, aunque esta razón no siempre está en los primeros sitios.
Una de las tantas prácticas que hacemos de manera muy cotidiana es ver una película en esos lugares llamados cine, desde finales del siglo XIX que en París se les ocurrió hacer un espectáculo hasta el cine digital del siglo XXI. Se han preguntado alguna vez ¿por qué hacemos esto? Pareciera que es algo muy sencillo, que no significa gran cosa, pero en realidad este nada simple hecho que se ha vuelto cotidiano alimenta el alma, nutre el corazón, llena la vida.
Pensemos pues, llegas al cine te formas para comprar tu boleto de entrada. Decides qué película ver por ciertos criterios o al azar. Piensas que comprar en la dulcería. Te formas para entrar a la sala. Ves al fondo la pantalla grande, ya en tu butaca guardas silencio y te pones cómodo, te relajas, te desconectas del mundo exterior, estas ahí, enfrente de una historia, a punto de entrar a otros mundos.
¿No les parece esto excitante? A mí si.
Es así que las fiestas extravagantes con vestidos charlestón, hombres azules montados en dinosaurios, locos en el desierto, magos extraordinarios o cosas amarillas caminado por doquier se vuelven parte nuestra, nos parece que solo a nosotros se dirigen, que tenemos exclusividad, pero no, millones en todo el mundo abarrotan las salas (bueno algunas) para buscar las mismas experiencias que tu sientes en esa butaca, claro que aunque sabemos esto no sentimos celos de que otras vean a Iron man o que otros se emocionen con cada movimiento al combatir extraterrestres, es el momento preciso que recuerdas la palabra cinéfilo.
Pero ¿por qué vamos al cine?
La pregunta sólo nos evoca imágenes, sonidos, gente y muchas palomitas regadas. Con el VHS y DVD resulta que podemos en cualquier momento y en la comodidad de la casa poder repetir esas escenas de los besos apasionados, de las escalofriantes huidas, de los interesantes combates y de los divertidos trucos, pero en casa no respiras la emoción, no encuentras enfrente de tus ojos la mezcla del arte, la fotografía, la música, la actuación, la dramaturgia. En el cine eres un cautivo, eres la presa perfecta del séptimo arte. Volvemos a ser niños, parece que después de todo sí se puede tocar el tiempo y el espacio. La pantalla nos cobija y aleja de la rutina, nos escondemos bajo su sombra, nos acurrucamos sobre su regazo y nos perdemos en esos mundos que nos llenan de energía.
Compartimos la risa colectiva, el suspenso tan propio y tan simultáneo, los suspiros que salen y regresan a la pantalla como si fueses el cómplice perfecto, un acto único e irrepetible.
El guión casi expira, exhala su último suspiro, la función termina. La pantalla muere pero te invita a regresar de nuevo para ver cómo, tal cual un ave renace y se ilumina para compartir con tigo una nueva historia, tu historia contada una y mil veces con cientos de personajes.
No podemos dejar de ir al cine, no hay nada igual, no podemos evitarlo.
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